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10 enero 2005



El silencio de un amigo


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Leido en la cosa humeda:
Los seres humanos adultos somos animales de conducta compleja, a veces incomprensible.

Por ejemplo, ¿por qué alguien que consideramos "amigo" nos retira de repente la palabra, sin decir ni pío?

Si las dos personas involucradas fueran niños, la cosa sería mucho más transparente, y se resolvería con dos puñetazos limpios y unos gritos. Al ser miembros de una sociedad "adulta", por otro lado, lo que ocurre es todo lo contrario, verbigracia, que al clamor de la pelea se prefiera el silencio inquietante de la marginación.

Resulta muy desagradable, para una persona, el que le cierren de forma súbita el canal de comunicación. Más aún cuando no está claro el motivo de tal conducta. Si la persona afectada tiene una poderosa imaginación, empezará a concebir en su cabeza cualquier tipo de causa, por nimia que sea, que haya podido llevar al accidente trágico.

Cuando un amigo nos retira la palabra, ocurre un fenómeno de sensibilización: nos volvemos más atentos a cualquier estímulo que venga de la parte contraria; aumenta la suspicacia, y la susceptibilidad; una sola palabra -que antes podíamos ignorar- se convierte en un torrente de significados ambiguos y potencialmente hostiles. Un mirada, una idea, una reflexión colateral emitida por quien nos abandonó, adquieren la intensidad de gritos monstruosos, que resuenan en la conciencia como tambores de guerra.

El silencio de un amigo es una cacofonía horrible.

¿Y por qué una persona elige el silencio por encima de la explicación verbal? Quizá no sea tan "amigo" como creíamos. O tenga una concepción de la amistad que nosotros no alcanzamos a comprender. Puede que se trate de pura y simple acobardamiento. O que tenga miedo, sí, pero no de hablarnos a la cara, sino de decirnos cosas que nos podrían herir. ¿Es el silencio una forma de protección mutua o es -por el contrario- el aspecto más primitivo de la timidez? Tal vez, ambas cosas.

¿Qué hay que hacer para restablecer la "conexión" con el amigo perdido? Si después de unos cuantos tanteos el silencio encontrado resulta áspero y duro, irrompible, es mejor esperar. El tiempo acalla los gritos interiores y enfría el ánimo encendido. Los goznes de las puertas hostiles terminan por ceder ante la paciencia y la tolerancia. No hay que dar vueltas alrededor de las murallas, soplando en trompetas y esperando derrumbar las defensas de la fortaleza cerrada. No hay que atacar, ni acosar -aunque la tentación sea irresistible.

Lo que se busca no es derrotar al que antes fue nuestro amigo, sino esperar a que se de cuenta de que no queremos nada malo para él. Y aunque el silencio parezca necesitar ruido -como el vacío ser llenado- hay que respetarlo, por lo menos durante un tiempo prudencial.

Al final, todo termina por salir a flote.
Me ha parecido bastante curioso. Supongo que este hombre está bastante sensible por algún problemilla que haya tenido con algún amigo, que de pronto sin más ni más, parece haber cortado la comunicación.

Creo que tiene razón. A todos nos es más fácil callar y empezar a construir castillos en el aire a partir de suposiciones, comentarios de terceras personas o simplemente intuiciones, que pararanos a hablar las cosas tranquilamente como adultos que somos (o deberiamos ser)

Desde otro lugar: la cosa humeda






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